
Arcelia Ramírez – Madre coraje
Casa de México en España
Al inicio de los años noventa, México se dirigía al final de un siglo tumultuoso en medio de varias crisis políticas, económicas y culturales. Tal como en las secuelas de la revolución siete décadas antes, el cine mexicano absorbió como crisol muchas de esas tensiones, identidades, transformaciones y esperanzas. El Nuevo Cine Mexicano, bautizado así por la crítica y arropado por audiencias cansadas de una década de narrativas desgastadas, salió a escena para ya no abandonarla.
Es difícil entender aquellos años fénix sin la presencia vital, alquímica de Arcelia Ramírez (Ciudad de México, 1967) y su irrupción en el teatro, televisión y cine. Desde entonces y por cuatro décadas, los roles dibujados por la tradición o la mirada masculina en torno a lo femenino -hija, esposa, deseo, soltera, madre- han sido subvertidos con inteligencia, rigor y elegancia por una actriz que se impone como co-creadora de las mujeres que interpreta, lo mismo en thrillers, dramas rurales, comedias urbanas o cine de autor.
Desde su primer largometraje, El secreto de Romelia (1988) -también primera de numerosas colaboraciones con directoras- y sobre todo La mujer de Benjamín (1991), asistimos al misterio de una actriz casi adolescente, pero con un rigor artístico disfrazado de naturalidad que, como caballo de Troya, esconde matices que se siembran en la memoria de la audiencia y germinan con el tiempo.
En un momento en que abundaban las óperas primas de alto nivel y ámbito urbano -Cronos (Del Toro, 1993), Sólo con tu pareja (Cuarón, 1991)- La mujer de Benjamín, debut de Carlos Carrera, viaja de vuelta al México rural y agrario mitificado por el cine clásico de los cuarenta. Su mirada directa, entrañable pero amarga de una comunidad revive el olor agridulce de Calle Mayor (Bardem) o El sur (Erice) para el público español, aunque filtrado por la crudeza compasiva del Buñuel mexicano; en el centro, Natividad (Arcelia Ramírez) como imán que arremolina pasiones y recelos en esta subversión atemporal del mito de la Bella y la Bestia.
Entre más de cuarenta largometrajes y numerosos cortos -fruto de una generosa complicidad con cineastas debutantes (Señora pájaro, 2016; Si un instante, 2003; La cena, 2009) o experimentados (Fisuras, 2016), Arcelia Ramírez sigue en busca de personajes que alimenten su rango, siempre en expansión; un tono, color o temperatura distinta en un personaje que aleje la tentación de encasillarse. La técnica usada por Ramírez en estas narrativas breves es fruto de la experiencia sabia y una intuición acertada para dialogar con la cámara: en los primeros minutos, con dos o tres gestos mínimos, una cuidadosa atención al detalle -tono de voz, postura corporal, el lenguaje universal de las manos- y pocos diálogos, desarrolla personajes con una psicología completa y un desarrollo verosímil.
Perfume de violetas, de Marisa Sistach, fue para Ramírez un reingreso magnífico al cine mexicano del siglo actual. Cine urbano que concilia horror con ternura, espanto con inocencia, fue el primero de diversos personajes que Arcelia ha construido en torno a las maternidades contemporáneas en innumerables registros. Desde la Medea moderna de Así es la vida (2000) hasta Cleo, buscadora que desciende a las tinieblas de la desaparición forzada en La civil (2021), que le valió ovaciones sucesivas en Cannes, o la penetración psicológica de dos thrillers : la psicoanalista bergmaniana de Verónica (2017), con sus ecos de Persona dibujados sobre fondo de film noir y la Elena de Ojos que no ven (2022).
En el inquietante díptico formado por Cleo y Elena, la maternidad es encarnada por Ramírez no como un ideal abnegado sino como un páramo yermo de contradicción y dilemas. Si en medio de ello emergen brotes de ternura, compasión o empatía, es gracias al talento de su protagonista para cultivar matices ahí en donde, de otra forma, solo habría juicio o condena. En ellas, la audiencia española descubrirá a una actriz contemporánea, en activo y con una infinita capacidad de mutación y evolución en su registro. La marca inconfundible de las grandes actrices.

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